Hace un mes se murió mi abuela. De los cuatro, la
primera. Desde ese momento hasta ahora soñé algunas veces con ella. La primera
fue la más fuerte y horrible. Yo estaba en su casa y ella estaba ahí también,
lo más normal del mundo. Cocinaba, iba y venía. Era una imagen que no se parecía en nada a las
últimas veces que la vi, sino más bien se asemejaba a una situación que podría
haber vivido siendo más chica. Sin embargo yo lucía como ahora, lo que estaba
sucediendo era el presente. En un momento algo empieza a parecerme raro y no
puedo darme cuenta qué es. Al instante, tomo conciencia de que ella no debería
estar ahí, que estaba muerta, aunque no reparo en el hecho de que estaba
soñando, como suele ocurrirme. Apenas pienso en eso, alguien, como una voz
superior, o yo misma pero desde afuera, me advierto de que esto se trata de una
segunda oportunidad. No para ella sino para nosotros, quienes la rodeamos.
Siento escalofríos pero pienso esta vez remediarlo todo. No estás sola abuela.
Me despierto sin lograr mi objetivo.
El viernes 30 de mayo yo había vuelto de Rosario a mi
casa entre el mediodía y la hora de la siesta. Ni bien termino de comer, cuando
estoy levantando mi plato, llega mi tío, me toca el brazo y pronuncia mi nombre
con un tono que delataba que lo que seguía después era algo terrible. Las
noticias trágicas me causan risa, casi siempre. Me pongo nerviosa y me empiezo
a reír. La carta fácil es siempre “mecanismo de autodefensa”. Ni idea, pero
esta vez no me reí. “Falleció tu abuela Perla”. Sentí un asqueroso y pesado
alivio. “Era obvio” pensé “en cualquier momento esto iba a pasar”.
La última vez que había visto a mi abuela fue el 31 de
diciembre de 2013, el día de su cumpleaños. Ese día entré a su casa y ella
estaba sentada en una silla de ruedas en el lugar donde yo acostumbraba a
sentarme cuando iba allí. Apenas miré sus ojos tuve una sensación que me llenó
el cuerpo de frío y miedo por dentro. Estaban negros llenos de muerte. Había
alrededor de ella una muerte al acecho, lo supe desde ese instante. Y ella le
tiraba la mano. Mi abuela no tenía nada en su cuerpo, ninguna enfermedad.
Estaba en silla de ruedas porque ella
había decidido no caminar más. Y estaba muriéndose porque ella había decidido
morirse. Mi egoísmo y desinterés asumieron que no había nada por hacer ante una
decisión ya tomada y tan fuerte. Por eso, inconscientemente, asumí que no
volvería a verla hasta que-se-yo cuando, quizás su próximo cumpleaños. Pero no.
Fui hasta el cementerio y el velorio ya había
terminado. Como la habían enterrado muy recientemente, el cajón no estaba
cubierto sino que estaba en el fondo del pozo pero a la vista, si uno miraba
desde arriba. Me dio muchísima impresión. Me la pasé haciendo chistes al
respecto y buscando excusas para reírme desde ese momento hasta que volví a
subir al auto para volver a mi casa. Después me olvide.
Más tarde, tomé conciencia de que si bien yo no me
sentía para nada triste mi hermanito de 13 años sí lo estaría. Decidí entonces
ir a estar un rato con él y con mi abuelo. De paso en caso de que también estuviera allí, podría saludar a mi papá. Apenas entro le
pregunto a mi abuelo cómo está. Dejé que hablara y me dispuse a
escucharlo... Hasta que llegó el momento de quiebre para mí. Como ya dije, mi
abuela había decidido morirse, ella solita, por su cuenta. Lo que nunca me
había preguntado era por qué.
Suele ocurrirme, más que nada en relación a temas
familiares, que todos a mi alrededor saben algo, que incluso les resulta
evidente, de lo cual yo no me entero o no me doy cuenta. Mi abuelo empezó a
contar que hacía uno o dos meses, la cuñada de mi abuela la había ido a visitar
al geriátrico. (Estaba allí desde febrero, si mal no recuerdo, porque ya era
muy difícil tenerla en la casa debido a sus limitaciones para movilizarse y lo
que eso conlleva). En esa visita mi abuela le había dicho a su cuñada que ella
quería morirse y QUE LE PEDÍA TODOS LOS DÍAS A VIVIANA QUE SE LA LLEVE CON
ELLA... El mundo en pedazos. Mi mundo. Las palabras de mi abuelo fueron la punta
del dedo que empuja la primer fichita de dominó y el desenlace es conocido. Viviana era mi tía, la hermana de
mi papá, la hija de mi abuelo y de mi abuela. Se murió hace diez años de una
enfermedad horrible. Yo era bastante chica, y creo que me ausenté bastante en
ese entonces en la familia de mi papá. Por un lado yo no podía creer las palabras
que estaban siendo enunciadas por mi abuelo pero a la vez me pareció algo que
podía ser obvio o al menos probable. Y ahora me cerraba todo, aunque de la peor
manera, con tristeza, asco y culpa. Mi abuela estaba triste desde hace 10 años,
deprimida. Nunca me di cuenta. Seguramente otras cosas favorecieron su estado.
Pero su tristeza era tan grande que al convertirla en ganas de morir, lo logró.
Al otro día mi papá me contó que fue entre una o dos
horas pasada la medianoche. Mi abuela comenzó a quedarse sin aire y antes de
que llegara la emergencia al geriátrico, ya estaba muerta. Entre sus cosas, sus adornitos, sus santos, su
ropa, que me hicieron recordarla de muchas formas, encontré una cajita. Tenía
algunos papeles importantes, como esos que vienen en una libretita y te dice
qué personas conforman la familia, papá, mamá, nacimiento del primer hijo y
cuánto pesó. Pero había uno chiquito, muy espontáneo, con los bordes cortados a mano, que se
destacaba por ahí. Cuando lo agarré pude leer el nombre de mi tía, muy
probablemente escrito por ella, con distintos tipos de letras. No había ninguna
duda. Se fue con la convicción de que ella la llevaba o que, de algún modo y
en algún lugar, iban a estar juntas otra vez. ¿Y si no?
Las primeras veces que la soñé estuve muy triste y en
todos estos días muchas veces me asedió y desveló la culpa. Ahora pienso que quizás es mi
abuela queriendo borrarme la sensación fea de la última vez que la ví para que la vea y recuerde como era antes: cocinando de
las mejores comidas o haciéndome la leche; a su manera, pero viva de verdad.